lunes, 15 de marzo de 2010

Rallando tablas por el Pirineo (Primera parte)

Queridos amigüitos y amigüitas, después de un año desconectado de toda actividad alpina, he decidido celebrar el fin de la oposición por todo lo alto.

Para empezar me piro desde el lunes hasta el viernes a Candanchú para intentar mejorar mi técnica de esquí, así que me apunto a un cursillo de dos horas al día durante la semana. El tiempo no ha acompañado mucho, temperaturas entre -10ºC y -15ºC, todo el día nublado, repentinas ventiscas... pero por lo menos no me ha llovido, que era mi mayor temor.

Finalizados estos días de aprendizaje, toca recoger bártulos y poner en práctica los conocimientos absorvidos; para ello Lucía y el mendas, decidimos poner rumbo a la archiconocidísima zona de Portalet, y colocamos nuestros esquís apuntando hacia la cima del Peyreguet, mirador privilegiado del imponente Midi d'Ossau.
Llegamos a las 10.20h al parking, y tras vestirnos con nuestros trajes de gala y calzarnos los zapatos de madera, partimos hacia nuestro objetivo.










El Pirineo tiene una pinta formidable; el blanco de la nieve lo cubre todo convirtiéndo las agrestes y rocosas cimas veraniegas, en blancos y redondeados domos, ofreciendo una cara más amable pero no exenta de riesgos. Las condiciones son perfectas, día soleado y frío, acompañado de una nieve muy transformada que hace que nuestro avance sea muy agradable, al igual que el de decenas de personas que ataviadas con raquetas, esquís o crampones pasean por el mismo valle.

Nos dirigimos dirección norte hacia el collado de Pombie y para ello nos apoyamos en la marcada huella que se ha formado por el paso de innumerables excursioneistas en los días anteriores. Tras unas lasgas medias laderas llegamos sin percances destacables hasta el primer rescollo del día. En este lugar ya he estado en unas cuantas ocasiones y en diferentes épocas del año, pero siempre me da la sensación que es la primera vez cuando se presenta ante nuestra mirada el gigante que curiosamente no supera los 3000m de altura.

Ahora toca descender dirección al refugio en el que tan buenos alpinistas han compartido sueños y proyectos, imaginando imposibles líneas que dibujar en las paredes de este milenario volcán. La traza no llega hasta el mismo, ya que llegado un punto la ruta se desvía hacia el oeste para acceder al collado del Peyreget. Las cetas de repiten una tras otra en la nieve y poco apoco vamos ascendiendo en soledad por este precioso rincón.

Una vez que llegamos al collado podemos observar ya la cima. Poco metros antes de alcanzarla me veo obligado a quitarme las tablas y calzarme las garras de oso polar, unas focas excesivamente estrechas no sujetan como deberían en los ultimos metros algo helados. Por contra mi acompañante sube cual jabata con sus esquís hasta la cumbre (me alegra decir que ya tiene hasta mejor técnica que yo de foqueo y eso que yo fui su maestro, buen maestro o mejor alumna...?)




Los dos chipirones pausokiles hacen cima. Las vistas son impactantes, y resultan ser el soplo de aire fresco que una cabeza que ha estado embotada tanto tiempo necesitaba. Nunca me acabo de acostubrar a tan bellos paisajes.
Tras unos minutitos disfrutando de la belleza del paisaje toca el descenso que realizaremos por la vertiente suroeste.

Como el tema no está para chorradas, la cámara de fotos pasa a un segundo lugar y nos dedicamos a disfrutar de una de nuestras mejores esquiadas, para que después de tres horas y media de actividad nos encontremos de nuevo en las cercanías del coche donde nos espera un refrigerio bien merecido.


















Tras recoger todo sólo nos queda poner rumbo a nuestro siguiente destino: el valle de Zuriza.









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